Capturar la verdadera naturaleza del ser humano es un trabajo que constantemente los cineastas añoran atrapar en las lentes de sus cámaras. No solo a través de complejas personalidades, conflictos fascinantes y entretenidos desarrollos de ficción, sino que además en la cotidianidad de personas que bien podrían caminar junto a nosotros día a día. Lamentablemente, el sacrifico que implica cultivar dicha naturalidad a veces es demasiado grande como para justificar el acto en primer lugar.
Dirigida por el francés Stéphane Brizé, “La Guerra Silenciosa” (En Guerre) es un drama sobre un grupo de obreros luchando contra la empresa que amenaza con despedirlos, aún cuando haya prometido darles trabajo por un tiempo definido. Desde el cimiento que la cinta establece, el realizador francés sostiene un argumento genérico abrazado por la cotidianidad. Los personajes conversarán fluidamente en diversos intercambios de diálogo, interrumpiéndose súbitamente, tal como ocurriría en la vida real.
Llegar a tal nivel de realismo no solo implica un sólido manejo de la cámara y los actores, sino que además de la construcción de un guión que fluya coherentemente. El cine es ficción hecha de tal forma que parezca natural, y donde mejor brilla “La Guerra Silenciosa” es en esta captura de lo ordinario. Asimismo las actuaciones representan estos personajes con firmeza, sin dejar caer una gota de debilidad, aún cuando a ratos la sobre-dramática trama haga su mejor intento por arruinarlo. Vincent Lindon en su papel protagónido da un excelente papel como un cansado líder sindical. Embellece la cinta al nivel de volverse lo único que nos importa una vez empieza a terminar.
Tristemente, aún con todos los ingredientes para ensamblar una poderosa y encantadora historia de David y Golliat, el filme francés se pierde entre la constante repetición de sus secuencias. Una y otra vez observaremos las mismas conversaciones llevarse a cabo con los mismos resultados. Al punto en que en sus casi dos horas de duración el trabajo entrará en lo tedioso y agotador. No hay nada presumiblemente malo en películas que tomen un pulso lento, pero si vas a tomar esa decisión es necesario que la recompensa valga la pena.
La falta de carácter en los personajes hace flaco favor ante tal decepcionante ejecución. Con potentes actuaciones en sus manos, el guión desperdicia el talento en personajes flácidos y sin más rostro que el de un grupo de arquetípicos obreros. Hacia el final las personalidades empezarán a distanciarse lo suficiente como para poder abanderarse por una de las diversas ramas del conflictos. Pero a dicha altura la película pide demasiado de uno como para devolver tan poco.
En su gélida fotografía captura bastante de la frustración en que los personajes se ven atrapados, sin embargo por cada atractiva decisión de estilo que el argumento tome, habrá otra que arrastre su duración. La banda sonora es monótona y casi amateur. Ritmos flojos que perfectamente podrían venir de una librería gratuita de Internet. Muchos secuencias se habrían visto beneficiadas de haber sido hechas en completo silencio, dejando al fascinante trabajo de cámara y robustas actuaciones robarse el momento.
El desenlace cierra súbitamente los puntos más emocionales del filme, pero hace su trabajo en ser crudo y dar una representación fiel de lo que puede llegar a pasar cuando llevas al límite a tus trabajadores. A fin de cuentas “La Guerra Silenciosa” no es una cinta ofensiva que escupa en la cara de su espectador. Más bien es una casa de cartas cayéndose frente a tus ojos. Una serie de talento y elementos potencialmente espectaculares, ser tirados abajo por una pobre ejecución.