Yo soy perno. Y en ese sentido, gozo de placeres que otros en su vida podrían disfrutar. Soy perno y disfruto de ver y escuchar una ópera. Disfruto hasta con las óperas de Wagner, o sea, como diría mi prima, “ya quemé cerebro”. Cuando veo Netflix solo, inmediatamente me voy a la categoría de documentales, en mi auto prefiero escuchar algún podcast de historia en vez de música. Me encanta escribir y últimamente leo libros por montones. Así y todo, no me avergüenzo de ello y trato de sacarle provecho a mis obsoletos placeres.
Todo esto lo escribo para indicar dos cosas. La primera, es que uno de los placeres “pernisticos” que más disfruto es el sentarme en una cafetería con amigos, a hablar sobre diferentes temas “deeps”, sin necesidad de encontrar alguna conclusión. La segunda, es que para muchos de los que están leyendo esto, la palabra “perno” viene acompañada de todo lo que describo. O sea que una buena cuota de acciones que en otro tiempo podrían haber sido valoradas, hoy es la causa de un mote que no me desagrada llevar, pero que a otros sí.
Entonces. Así como para la gran mayoría, “perno” es un adjetivo peyorativo y no admirable. Hoy la sociedad actual, fruto de un siglo XX terriblemente convulsionado, ha relativizado y se ha acostumbrado a algo que el sociólogo polaco Zigmunt Bauman y el filósofo lituano Leonidas Donskis reflexionan como un cambio de los conceptos de lo bueno y lo malo, en el libro Maldad Líquida, que no es más que la continuación de su famosa obra conjunta, Ceguera Moral.
El formato en que se pensó este libro de los ya fallecidos autores europeos es a manera de diálogo, de pregunta y respuesta. Una contundente pregunta y una sofisticada respuesta. Pero a diferencia de lo que se podría pensar, es un diálogo actual sobre lo que sucede en la actualidad. –Valga la redundancia-.
El tema de la reflexión es el Mal, pero no como tal, sino desde el título del libro, quiere decir, desde una forma líquida. La perspectiva líquida es lo más sencillo de lo complejo e interesante de la reflexión hecha dentro de sus páginas. La maldad, como líquido elemento, empapa a todos, no tiene forma definida, cambia según le conviene, se abre espacio con su fuerza y no es fácil reconocerla.
Aquí es buena y precisa la advertencia, desde la humildad y sencillez de este pobre “escribidor”, acerca un punto que me parece, no menor, para el lector. La advertencia es que la reflexión parte desde el juicio de una cosmovisión judeocristiana, haciéndose cargo de temas como la culpa, la historia, la política, la tecnología y tantos otros temas que van saltando a la palestra. Que por cierto no son ajenas a nosotros, occidentales cristianos, categoría que tiene que ver con credos y creencias.
Vista desde cualquier perspectiva, con las posibilidades abiertas a enriquecerse de las agudas categorizaciones y comentarios de la sociedad contemporánea por parte de estos reconocidos pensadores, el resultado no puede ser otra que la satisfacción de haber leído este diálogo.
Leer y releer “Maldad Líquida” se sumó a mi lista de placeres “perquinescos”. Como suelo hacer con otros libros, me imaginé estar sentado en una cafetería con estos dos grandes, Bauman y Donskis, y escucharlos hablar. –Hubiera pagado todo el café que pidieran si hubiese tenido tal oportunidad-
¡Librazo! Recomiendo.