Este último tiempo he percibido –quizá ustedes también- la difusión de ciertas frases de tintes proféticas, como cual fórmula novedosa y nunca antes usada, para combatir los males que aquejan a las sociedades. Estas han sido dichas y repetidas por montones en un cierto lado o rincón político a nivel internacional, que últimamente han asumido presidencias por esta parte del mundo, y que han sido repetidas por sus adherentes en sus respectivos países.
Muros, colores de ropa, sociedades armadas, comentarios racistas y el famoso dicho popular, “muerto el perro, acabada la rabia”, son parte del fondo de este tipo de comentarios sin mucha profundidad, pero que calan hondo en las sociedades cansadas de mucho “bla bla” y poca “praxis”.
De los temas que más están siendo motivo para estas “fórmulas mágicas llenas de plomo y pólvora”, uno de los más usados es el de la delincuencia. Cada vez menos escuchamos, dentro del discurso político de este sector, generador de cuñas, temas como programas de inclusión, educación, tolerancia, trabajo con paciencia, entendimiento, planes a largo plazo, etc. Se tienen 4 años en promedio para ponerle el parche al asunto y ver solucionado el centenario problema.
Al otro lado del parche, el tema es complejo y la solución más aún. Es aquí donde quiero recomendar una película, recientemente estrenada en Netflix y que nos ayudará bastante a recordar qué hay detrás de esta manoseada problemática.
Mala Hierba es una producción francesa estrenada a mediados del año recién concluido y que tiene como protagonistas al actor iraní Kheiron, al legendario actor galo André Dussollier, y a la reconocida actriz francesa Catherine Deneuve. Este filme es un drama que se hizo comedia para poder digerir la crudeza de la realidad que se muestra y que, obviamente nos deja pensando y quizá derramando unas lágrimas por ahí.
Es una película que rescata el lado humano de los malos de la sociedad, los que excluimos porque nos roban ese anhelado deseo de confort desarrollado y perfecto de un estado similar a la Ciudad de Sol de Campanella, la Utopía de Tomás Moro o la mismísima República de Platón.
Para recomendarla y no “quemarles” la película con spoilers, y abrirles el deseo de verla; puedo decir que este filme parte con una trama muy usada y por demás reconocible hasta en películas chilenas, -cosa que no la desmerece-. A saber, un personaje (Waël) que tendrá la misión de generar empatía con un grupo heterogéneo de adolescentes y así poder conseguir un estímulo tan fuerte que los haga asistir nuevamente a una especie de programa de convivencia subvencionado por el estado francés, que es obligatorio solo en su primera sesión y de asistencia voluntaria para el resto del mismo.
Lo que podría ser diferente a las demás películas de corte parecido es que el protagonista de la película tiene la facilidad para entablar una relación con este grupo de adolescentes poco sociables, en gran parte, debido a su propia historia, y como esta se entrelaza con la desgracia y el afecto recibido por Monique, el personaje femenino que lo acompaña en lo cotidiano.
Podría parecer una película predecible. Sí, lo es. Pero aunque a los 5 minutos ya podríamos imaginarnos el final, el contenido entre un minuto y otro es un compendio de situaciones extraídas de la realidad, muy bien trabajadas para ponerlas en escena y con actuaciones a destacar.
Vale la pena. –Literalmente-